La disfunción eréctil impide a los hombres conseguir y mantener una erección el tiempo suficiente para tener relaciones sexuales. En algunos casos, este problema puede afectar a los hombres únicamente durante un breve período de tiempo, como consecuencia del estrés u otros problemas psicológicos. Pero, en otros casos, la DE persiste durante más tiempo, siendo un síntoma de problemas fisiológicos subyacentes.
Para entender el mecanismo de la impotencia, primero hay que saber qué ocurre en el cuerpo para provocar una erección. Según los anatomistas, el pene es un sistema fisiológico complejo formado por tres partes principales: la raíz, el cuerpo y el glande (la punta). El cuerpo posee tres cilindros de tejido eréctil en su interior. Básicamente, son unos tubos que se llenan de sangre, haciendo que el pene se endurezca y funcione durante las relaciones sexuales.
El flujo de sangre al pene está regulado por el músculo liso. Los hombres no pueden contraer o relajar voluntariamente el músculo liso, a diferencia del músculo esquelético. Para relajar estos músculos y facilitar las relaciones sexuales, se requieren varios pasos[1]. El punto de partida es la excitación sexual. Tras excitarse al ver o pensar en su pareja, las señales nerviosas empiezan a estimular el pene.
Los impulsos del cerebro y de los nervios locales hacen que los músculos lisos se relajen, provocando que la sangre fluya hacia los espacios ahora abiertos del tejido. Esta acumulación de sangre hace que el pene quede erecto, duro y listo para la acción. Sin embargo, los hombres que padecen disfunción eréctil podrían no mantener este estado durante mucho tiempo, o no lograrlo en absoluto. Los factores físicos o mentales, o una combinación de ambos, pueden interrumpir este mecanismo en varios puntos fundamentales[2]; estos incluyen la excitación inicial y la activación del sistema nervioso, la señalización hormonal, la relajación del músculo liso y el flujo sanguíneo.